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Actualización a Froyo

El pasado viernes me lié la manta a la cabeza y me lancé a la piscina de la actualización de mi Samsung Galaxy 5 GT-i5500 de la versión 2.1 (Eclair) a la 2.2 (Froyo). Y lo hice, como decimos en Twitter #aloloco sin red de seguridad ni documentación previa. Fue un acto instintivo pero realmente había un pequeño truco a esta muestra de valentía.

Todo empezó cuando vi que me estaba quedando sin batería y conecté el teléfono al USB de mi ordenador. Como siempre el teléfono me pregunto si quería ponerlo en modo “almacenamiento USB” o lo quería conectar con Kies. Por error le dí a la opción Kies y tras un pequeño proceso de sincronización, Kies me propuso actualizar el firmware del teléfono.

Aquí es cuando tuve mi momento de reflexión que paso a detallar:

– La versión 2.1 de Android no me permite instalar muchas nuevas aplicaciones que se publican en el Market, por lo tanto o me actualizaba o iba pensando en cambiar el teléfono, y este solo tiene 4 meses.

– Samsung es una empresa seria. Creo que últimamente es de los fabricantes que mejores productos están sacando al mercado en varias líneas. Yo tengo el móvil, el tablet y la televisión y estoy satisfecho con los tres productos. En definitiva, me daba suficiente garantía como para confiar en que la actualización propuesta ya había sido testeada y no iba a producir daños a mi teléfono.

– Otro de los problemas con el que me había encontrado usando mi teléfono es que la memoria principal resulta un poco escasa en cuanto te pones a instalar aplicaciones #aloloco. Una de las mejoras de Froyo es que permite instalar aplicaciones en la tarjeta de memoria externa, por lo tanto el problema se puede resolver comprando una tarjeta de más capacidad sin tener que cambiar el teléfono.

– La última de las reflexiones creo que fue la más importante. Cuando nos enfrentamos a cualquier tipo de actualización, uno de los puntos que más nos preocupan es la integridad de los datos que tenemos guardados en nuestro teléfono. Sin embargo, en esta ocasión y tras 20 segundos de frenética actividad cerebral, caí en la cuenta de que esto no suponía ningún riesgo por los siguientes motivos:

◦ Mis contactos, junto con fotografía de los mismos y el resto de la información adicional no reside en mi teléfono, porque están guardados en los contactos de Gmail.
◦ Las fotografías hechas con el teléfono, no residen en su memoria, ya que una vez hechas las subo a mi cuenta de Picassa.
◦ Mis mensajes de correo electrónico están a buen recaudo también en Gmail.
◦ Las aplicaciones instaladas están registradas en el Market y las puedo volver a instalar en unos minutos.
◦ Las notas de voz y texto que he ido recopilando están accesibles en Evernote.
◦ Los documentos con los que trabajo están guardados en Dropbox.

En definitiva, lo único que realmente podía llegar a perder es el histórico de SMS que aún no he borrado y, seamos sinceros ¿a quien le interesa guardar los mensajes que te envía el banco o la compañía de teléfono?

La conclusión de esta reflexión es que podía arriesgarme a realizar la actualización propuesta, porque aunque algo saliera mal, gracias a la “nube”, la perdida de información sería nula.

Dicho y echo, pulsé el botón de “ignición” y el proceso que se anunciaba que podría durar hasta 30 minutos, se completó en menos de 15, siendo un total éxito y desde el viernes he podido ajustar mi teléfono y realmente he conseguido un funcionamiento mucho más fluido, además de conseguir que determinadas funciones (como el enlace por Bluetooth del reproductor multimedia con el equipo de música del coche) funcionen mucho mejor que antes.

Espero que esta información os sirva de ayuda y que este post sirva como pie para que nos contéis vuestras experiencias en el apasionante mundo de las actualizaciones.